sábado, 20 de septiembre de 2014

Poeta invitado: Batania Neorrabioso

Nací en Lauros (Vizcaya), en 1974. Me he autoeditado dos libros de poemas, la antología de amor y fracaso El amor es un ave sin nido que pone huevos en el aire (2013) y la antología de caballos La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa (2014), pero toda mi obra se encuentra publicada en los dos blogs que llevan mis nombres, Batania y Neorrabioso.
Batania es mi propuesta de espacio personal, un contrapaís de 1`76 de altura y 67 kilos de peso situado entre Argüelles y Malasaña, con un PIB mensual de 856 euros que se invierte a medias en alimentos para el estómago y el cerebro. Proviene del mestizaje de latania, palabra que leí por primera vez en Ocnos, de Cernuda, con el episodio de los batanes de El Quijote.
Neorrabioso es la propuesta de tiempo de Batania, un tiempo de rompan filas. Cuando comencé en la poesía se me hizo la misma crítica desde muchos ángulos: mis poemas, decían, eran tan violentos que no se entendían en una democracia. “Escribes demasiado rabioso”, me precisaron, y yo me añadí el neo- más por autoparodia que por intención agresiva. El adjetivo me vino a la cabeza por una carta de Clarín a Menéndez Pelayo que leí en Los ensayos liberales, de Gregorio Marañón.
Toda mi berza política se resume en dos: ningún territorio más grande que Malasaña y ninguna empresa más grande que Bar Cristóbal. Aunque pasé por tiempos más optimistas y mi poesía está cancerada de idealismo, ahora creo que no existen significados, que la poesía es una bobada y que lo único sabio es abrir otra lata de cerveza.
No creo en poetas que no lean diez veces más de lo que escriben. No creo en poetas que no tengan la papelera llena. Por lo demás, la principal diferencia entre un poeta normal y un poeta neorrabioso es que al primero le basta con tener unas nociones mínimas de la poesía que se ha hecho desde Homero a Nicanor Parra, pero el neorrabioso, además, debe acreditar una marca de menos de cuatro minutos el kilómetro, pues esa es la velocidad mínima que se necesita para huir de las patrullas policiales (dentro del coche son muy rápidos, pero cuando salen ya es otra cosa).

Pintada de Batania en Jaén.


Encuesta telefónica
¿Cuál es, para usted,
el acontecimiento universal
más importante de toda la historia?

–La muerte de mi padre –respondí.



Vivienda / Viviendo
Señores del gobierno infinitivo,
participiamente diputados,
díganme cómo,
dónde comer sin comiendos,
dónde soñar sin soñandos,
de qué manera,
cómo reír sin riendos,
cómo cantar sin cantandos,
cómo el amor, cómo el beso,
cómo el feliz fornicio,
señores del gobierno infinitivo,
participiamente diputados,
escuchen, atiendan el gerundiando:

Si no hay vivienda no hay comiendo.
Si no hay vivienda no hay amando.
Si no hay vivienda no hay riendo.
Si no hay vivienda no hay soñando.


Si no hay vivienda no hay viviendo.



Mi ciudad
Extraña ciudad la mía,
aquí se dice que habitan
tres millones de personas,
pero miro en la calle el trabajo en el súper el bar
en el banco en el bus en el metro en el cine el estadio
y acabo pensando
que en verdad habita
una
sola
persona
tres millones de veces.



La nectarina
Esta misma mañana,
en la frutería de al lado,
al caerse al suelo
una de mis nectarinas,
el frutero me ha dicho
“perdone caballero,
ahora se la cambio”,
pero me he negado,
no me parecía justo
cambiar una nectarina
por una caída,
una caída sola,
yo que he sufrido tantas...



Los límites
La amo cuando está
demasiado lejos
o demasiado cerca;
las distancias medias
solo sirven para amores a medias
y nosotros amamos al límite:
aquí se juega a trueno
o se juega a nada.



Noches aquellas
Noches aquellas de iguanas calcinadas,
lanzados a fuego por la autopista A-8
a la salida tardía del bar Sebas,
borrachos hasta más allá de las fuerzas,
acelerando desnudos en una Nissan Vanette
que conducía con el pulgar de mi izquierda,
noches aquellas con sabor a velocidad
y a punto de matarnos, Iratxe,
cuando querías torcer el volante contra la mediana
para morir unidos como Filemón y Baucis,
cuando jugabas a esbozar las caras de los urgencias
ante nuestros cadáveres desnudos y espléndidos,
las caras de los bomberos sacándonos con el cortafríos
y limpiándose nuestro semen con repugnancia,
noches aquellas del vino fácil y ardiente,
cuando mi padre era tan alto que nunca se acababa,
cuando tu cuerpo olía a belleza y a lluvia de primavera,
coreando como bandidos las letras de La Polla Records,
totalmente borrachos por el túnel de Malmasín,
totalmente desnudos por Kareaga Goikoa,
conduciendo libres y a mil ruedas por hora
mientras nos quejábamos de la Ertzaintza,
la Ertzaintza que nunca nos paraba,
la Ertzaintza que nunca una multa,
la Ertzaintza que nunca alcoholemia,
la Ertzaintza que no se atrevía.



Prefiero Natalia a la revolución
La prefiero a la defensa de la infancia, al cuidado del ozono.
La prefiero al final de las fronteras.
La prefiero a la Amazonia.

Más que alejar el hambre y la tormenta, el volcán y el terremoto.
Más que ahuyentar la crisis.
Más que parar la guerra.

Antes que salvar al tigre y al leopardo.
Antes que proteger al inmigrante.
Antes que el feminismo y la filantropía.

Por encima de la paz en Jerusalén.
Por encima de la paz en Kabul. De la paz en Trípoli.
Por encima de curar el cáncer o atajar el sida.

Mejor que el rescate de Grecia, la salvación de África,
             la sanidad, la lectura.
Mejor que la ayuda a Haití. Que la ayuda a Somalia.
Mejor que parar el racismo, la ignorancia, la policía.

Prefiero Natalia a los derechos humanos.
Prefiero Natalia a las libertades.
Prefiero Natalia a la democracia.
Prefiero Natalia a la concordia.
Prefiero Natalia a la justicia.
Prefiero Natalia a la revolución.



Cada vez tardamos más en llegar a la cama
Qué se puede hacer con una chica entre blanca y amarillo
que cursa en primero de rebeldes y en quinto de filología,
una mujer como un ramo de apio o como un cóleo sin maceta,
más bella que un triciclo silvestre o un orfeón de romeros,
que piensa a puño que Shakespeare no alcanza a Hemingway
y Cortázar aventaja a Stendhal por más de tres submarinos,

qué se puede hacer con esa chica si luce quince años menos
y te saca cinco centímetros de risa y altura, y desde tan arriba
te ataca y dice fuego a Tolstoi, abajo Hugo, cieno a Balzac,
fuera Propercio, vinagre a Dickens y cinabrio para Catulo,

qué se puede hacer salvo amarla, salvo apretar tu corazón prieto
sobre su corazón prieto, salvo besarla sin camisa ni pantalones
y olvidar sus calaveras de furia, gloriosa niña que te amo tanto
pero te crees la petunia de la muerte, vamos a ver, sarampiona,
en qué planeta es mejor tu Salinger que mi Lope de Vega,
dios mío, qué tontería, es que no puedo dejar de contestarte,
por tu puta culpa cada vez tardamos más en llegar a la cama.



Los pelícanos
Adónde pelícanos ibas con una mujer girasola
que tenía portaaviones de pájaros en la cabeza,
tú que te acercas sin centímetro ni ascensores
a las verjas electrificadas de los cuarenta años,

tú que sigues cultivando en macetas diagonales
los mismos nilos y las mismas calas enfermas,
adónde pelícanos ibas, qué pasó por tu cráneo
de afónica cilindrada e ignorancia sin lagunas,

cuántos errores de cepa tierna y globo de helio
crearás de nuevo y de nuevo lucirás orgulloso,
cuántas veces caerás y recaerás en tus jaguares
de glucosa adolescente, cuántos crisantemos

llevarás al nicho de los amores descuartizados
si no rectificas, si no abandonas para siempre
a los pelícanos y no metes, dejas ya de meter 
tus torpes dedos en los interruptores del viento.



Una mujer kilimanjara
Sé muy bien que mi historia
         es la historia del niño que miraba tanto al cielo
         que al final se le puso cara de nube,
y que la mujer que me ame
         deberá martillar mil veces en el vacío
         para acertar una sola vez en mi clavo,
pero dejadme pedir este mi quiero,
perdón por la tontería,
una mujer es mi requiero, mujer con grapa o tridente
         o blanco mogadiscio.

Una mujer con faros antiniebla. Quiero.
Una mujer que me sonría cuando descubra vacío el cofre
         de mi tesoro.
Una mujer soleada y sin airbag para besarla transparente
         en los extrarradios.
Una mujer con el alma impura y la piel impura y la cabeza
         llena de calcetines sucios.
Una mujer para decirte, Sofía (si te llamaras Sofía),
solo soy una nuez, pero si te atreves a partir esta nuez
hallarás dentro galeones y grúas y muchos elefantes.

Juntos crearemos una nueva versión de lluvia.
Patentaremos las pilas eternas para los Amores Descomunales.
Tendremos un hijo lunático y ajedrecista que fabricará bolas
         de palabras y destruirá el Bank of America.
Seremos como tenistas comiendo melón en el cine,
         y la gente nos señalará indignada:
“Mirad a esos, no hay derecho, ¡se están amando
         en pleno miércoles!”.

Perdón por la tontería,
pero no quiero mujeres que me nieguen el chocolate
         de estrellas,
o mujeres que minen el suelo con bolas de cicuta
         para que los koalas alegres de Lucifer
         no puedan revolcarse.
No quiero mujeres que respeten la apertura de sonrisa
         fijada por el gobierno,
o mujeres con paraguas que parezcan paraguas
         que llevan mujeres.

Una mujer con pulgones. Quiero.
Una mujer con erratas de luna para amarla en picado a pesar
         de sus virtudes.
Una mujer para plancharle las mejillas sobre latas de cerveza
         y llenárselas de colas de lagarto.
Una mujer cuyas pisadas no dejen huellas en la nieve,
         solo en los tétanos de mi corazón silvestre.
Una mujer para decirte, Paula, (si te llamaras Paula),
los fracasos que conoces son meras uñas de ratones:
los que yo te enseñaré serán leones enteros.

Juntos robaremos a mano desarmada una violeta salvaje 
         y la llevaremos en la boca con la divisa
         AMARNOS SIN DEBERNOS.
Criaremos caballos musicales cuyo galope sincronizado
         será el nuevo rock de Occidente.
Escribiremos del viento la primera traducción Viento-Español y Español-Viento.
Cocinaremos una nueva receta de beso con más de veinte
         ingredientes distintos, y la gente dirá:
“¿Una receta mágica de beso? ¿Pero qué
         sentido…?”.

Perdón por la tontería,
pero no quiero mujeres tan rectas que pongan comida
         matadelfines en los desagües,
o tan serias que necesite comprarme una pértiga para saltar
         la valla de sus cejas.
No quiero mujeres que no coman aceitunas por si el cáncer
         de mama,
o no vean baloncesto por si la prórroga, o no beban cerveza
         por si el embarazo.

Una mujer con algo de anaconda. Quiero.
Una mujer como un descampado para manosearla sobre
         paisajes de Chagall tigreados.
Una mujer que no sea túnel sino puente, que no sea cebolla
         sino naranja, que no sea triste y versitriste
         sino alegrista y en parapente.
Una mujer tan kilimanjara que necesite dos sherpas y un
         vaso de whisky para llegar del bajo de su carne
         a la cima con puma de su alma.
Una mujer para decirte, Raquel (si te llamaras Raquel),
si escribo versos es porque no sé escribir aviones:
mis poemas son mi pequeña forma de acariciarte.

Solo he vivido en dos lugares de este mundo
y fue en las bocas de las dos mujeres que amé.
A las dos quise por su exceso de cilindrada
y las dos me quisieron por mi falta de simetría.
Una mujer. Quiero.
Color de viento. Quiero.
Que suene a limones.

En las sábanas del futuro.
(Perdón por la tontería).

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